"Quiero hablar de un viaje que he estado haciendo, un viaje más allá de todas las fronteras conocidas..." James Cowan: "El sueño del cartógrafo", Península, 1997.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Las otras geografías

Las otras geografías

JOAN NOGUÉ "Culturas", La Vanguardia, 13 de septiembre de 2007.

El saber geográfico ha sido siempre un saber estratégico. Ya en la Grecia clásica los tratados geográficos se tenían en gran estima y algunos siglos más tarde, en plena Edad Media y mucho más a partir del Renacimiento, cuando se añadieron a ellos ela-iradas representaciones cartográficas, su valor se disparó. En el régimen absolutista francés ningún monarca osó nunca desprenderse de la figura del Géographe du Roi, quien contaba con dependencias propias en el palacio de Versalles.

Y cuando las revoluciones burguesas llegaron al poder y precisaron conocer y organizar mejor el territorio de los nuevos estados-nación, crearon los servicios geográficos nacionales, entes aún hoy existentes que experimentaron un crecimiento vertiginoso a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, coincidiendo con los momentos álgidos de la expansión colonial europea por todo el mundo.

En la implantación del citado colonialismo, por cierto, la geografía jugó un papel neurálgico, sobre todo a través de las expediciones geográficas, como nos recuerda Edward Said en su libro Orientalismo. Y en nuestros días todo ello ha ido a más: la adecuada localización geográfica de la inmensa mayoría de actividades económicas está en la base de su éxito o fracaso y es sabido que la información geográfica detallada y actualizada es imprescindible en los ámbitos geopolítico y geoestratégico.

A menudo se olvida, sin embargo, que este potente y sólido saber geográfico ha coexistido desde siempre con otra forma de entender y de aplicar la geografía. Me refiero a aquella que pone el énfasis en la relevancia social del conocimiento geográfico o, lo que es lo mismo, en la contribución que la disciplina puede hacer para mejorar este mundo, focalizando el interés en las otras geografías, esto es, en los sectores de población más desvalidos y marginados o en temas poco considerados por la corriente mayoritaria. Hace ya más de un siglo, por los mismos años en los que Engels se escandalizaba ante las condiciones de vida de los barrios obreros ingleses, los geógrafos Elisée Reclus y Piort Kropotkin impulsaron una geografía social de base anarquista que, a través de una reorganización espacial de los asentamientos humanos, contribuyera a edificar una sociedad más justa e igualitaria.

Años más tarde, en la década de 1960, aparece a ambos lados del Atlántico la denominada geografía radical, etiqueta que englobaba a todos aquellos que impregnaban su práctica geográfica de un claro compromiso social. En su mayoría marxistas y anarquistas, estos geógrafos partían del convencimiento de que el espacio geográfico era un producto social y de que la geografía era sin duda un saber estratégico, pero que éste debía orientarse al tan deseado cambio social o, mejor aún, a la revolución. Aparece así todo un amplio abanico de nuevos temas de interés, todos ellos socialmen-te relevantes: el Tercer Mundo y el problema del subdesarrollo, los conflictos geopolíticos y armados en diversas regiones del mundo, las bolsas de pobreza y su localización geográfica, los guetos urbanos o, por poner un último ejemplo, las primeras crisis ambientales.

La lista de autores que apostaron por este tipo de geografía sería muy larga. Valgan, a título de ejemplo, nombres como David Harvey, Richard Peet, Yves Lacoste, Massimo Quaini o William Bunge, quizá el caso más paradigmático. Influido por la revuelta de la población negra norteamericana contra su marginación y por la implicación de su país, los Estados Unidos, en la guerra del Vietnam, Bunge decide salir del aula y pasar a la acción. Para ello recupera la idea de las clásicas expediciones geográficas decimonónicas y les da la vuelta: sus expediciones ya no se dirigirán a tierras lejanas, tropicales y exóticas, sino a los guetos urbanos de las grandes ciudades norteamericanas. La primera de estas expediciones, la denominada Expedición Geográfica de Detroit, dura dos años (1969 y 1970) y se dirige a uno de los barrios negros más degradados de Detroit: Fitzgerald. Bunge y sus alumnos no sólo se dedican a estudiar el barrio. Hay un tipo de saber geográfico interesado en mejorar el mundo, en los sectores de población desvalidos
sino a organizar programas y cursos de planeamiento urbano para formar a los líderes locales de manera que puedan responder mejor a los retos que tienen por delante. El resultado es un libro excelente: Fitzgerald. Geography of a Revolution (1971)... y la expulsión de Bunge de la universidad por "exponer a las chicas blancas a la violación" y "querer reducir la universidad a cenizas", como aparece en su expediente.

Contratado por la Universidad York de Toronto, Bunge se pone de nuevo manos a la obra y organiza una segunda expedición, esta vez a los mundos ocultos de los negros blancos, como él define a las minorías étnicas del Canadá inglés, en este caso un barrio de origen italiano (Christie Pits) con problemas de marginación y una decidida voluntad de resitencia comunitaria a la degradación urbana. El resultado es la (innominada Expedición Geográfica de Toronto. de tres años de duración (1972 a 1975), y con otro libro como guinda final: The Canadian Alter-native: Survival, Expeditions and Urban Change (1975). De nuevo llegarán Jas presiones y los expedientes sancionadores. lo que lelleva, a modo de provovocación, a a universidad y a hacerse taxista, covirtiéndose así en un auténtico folk-geogropher. en un explorador de las entrañas urbanas a las que los geógrafos de despacho, dice él, nunca accederán. La atmósfera académica le resulta asfixiante y nunca más volverá a ella.

Obviamente, no todos los geógrafos radicales, ya fueren marxistas o anarquistas, llevaron hasta tal extremo sus planteamientos, pero sí consiguieron abrir nuevos caminos y descubrir nuevos paisajes que. salvando las distancias y los contextos, hoy siguen explorando las denominadas geografías críticas. Éstas siguen la estela iniciada hace cuarenta años, aunque incorporando nuevas dimensiones y categorías conceptuales poco contempladas en aquel momento ante el entonces avasallador concepto de clase social. Las nuevas geografías críticas se interesan más que nunca por las otros geografías: los paisajes incógnitos y los territorios ocultos de las grandes metrópolis, las ocupaciones temporales del espacio público, los nuevos espacios disidentes (como el de los okupas o el de los homosexuales), el cuerpo humano como objeto y sujeto geográfico, la dimensión espacial de las relaciones de género, las geografías de la discapacidad, las geografías de la evasión, las geografías emocionales generadas por las diásporas, el exilio y la emigración, los paisajes sensoriales no visuales inducidos por el resto de nuestros sentidos o, sin ir más lejos, el fundamental y a la vez complejo proceso a través del cual los seres humanos imbuimos de significado al espacio geográfico y creamos lugares. Nuestros mapas, en efecto, se han llenado de nuevo de tierras desconocidas, de regiones que se alejan, que se descartografían y se vuelven opacas. Hacia estos nuevos espacios en blanco en nuestros mapas, hacia estas otras geografías, se orientan las nuevas expediciones geográficas.

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